El campesino que dejó de cultivar
Por Luis Giovanni Quiceno, del libro
fábulas y confabulaciones
Érase una vez un campesino, que
dejó de cultivar, y sólo de la canasta que daba el gobierno se empezó a
alimentar, vendía toda la leche que producía y ni para hacer un queso dejaba media cantina, al
camión del mercado lo demás le compraba, pero ni para una ensalada, en su
huerta se encontraba; y hasta la papita, los cubios, y la cebolla larga, de
otro lado importaba.
Un día hubo una pandemia y todo
empezó a escasear, y en aprietos alimentarios el se empezó a encontrar.
Cerca del humilde campesino vivía
un buen vecino, que de todo sembraba, y en su huerta cultivaba los productos
que lo sostenían. Allá llegó el amigo a pedir colaboración, porque el hambre y
la necesidad ya llegaban a la desesperación.
Claro vecino, le contestó el otro
campesino: Hay acelgas, menta y brócoli; tomillo y coliflor, también le tengo
yerbabuena, tallos, cubios, habas y el delicioso yacón; por allá en aquel lado
puede encontrar cebolla larga, zanahoria, arveja, uchuva y granadilla; y por
acá a la derecha toronjil y papa criolla roja, negra y también de la amarilla;
y si necesita también hay mora, lenteja, tallos y caléndula; además del bendito
chulco, el tomate cherry, habas, lenteja, y la rica granadilla; y por allá en aquel
rincón tengo sembrado rábano, corneta y unos dientes de león.
De todo esto el campesino le
ofreció su parte, porque campesino que se respete con los que necesita
comparte.
Y así, el campesino que dejó de cultivar,
además de regresar a su finca con frutas, hortalizas y yerbas para sembrar,
volvió con la enseñanza de que para evitar situaciones precarias, lo mejor es asegurar
la soberanía alimentaria.